Nunca me han gustado las sorpresas. Por eso, ni siquiera me planteo la opción de mantener el suspense acerca del sexo hasta el día del parto, como les pasaba a nuestras madres.
En cuanto me confirmen que es niña (porque yo lo presiento) le iré preparando su canastilla, empezaré a mentalizar a Sarita de que va a tener una nueva amiga, me pelearé con mi marido buscando el nombre ideal… Y no son solo mis dotes premonitorias, si no que ya lo dice la sabiduría popular: “tripa redonda, niña, de punta, niño”, y mi perímetro va camino de una mesa camilla. Además de todo esto, me baso en las tradiciones ancestrales de otros países allende los mares para confirmar el sexo del bebé: me he hecho la prueba de la medalla girando en círculos sobre mi panza (Bolivia: señal irrefutable de sexo femenino), la de elegir entre dos almohadones para sentarme el que tenía escondida debajo la cuchara (Santo Domingo: tenedor, hubiera sido chico). También he rebuscado en la cabeza de Sarita, y me ha costado lo suyo porque está llena de rizos, el lugar donde tenía el remolino (Ecuador: ya se sabe que si está en la derecha se repite el mismo sexo, es decir, otra niña).
En fin, que mi vida es rosa, hasta que me tumbo en la camilla con mi ensoñación pastelera mientras el médico me extiende el frío gel sobre la tripa. “Aquí puede ver los huevos de su hijo”, me suelta el tío animal mientras señala un par de circulillos extraños en la negra pantalla, y mi perfecto mundo femenino se derrumba de un plumazo. “¿Cómo? –digo con tono alelado- ¿Qué es un niño?”.
Se me empiezan a caer las lágrimas y me entra un sofoco parecido a cuando me daban las notas en el cole con mis enésimos cates. “Todo está bien, señora, no se ponga así”. Reniego en arameo de todas las tradiciones populares y me propongo que mis hijos, en un futuro, estudien carreras de ciencias. No volveré a leer el horóscopo ni a creer en nada que no sea resultado de un previo análisis científico. Un terrible cargo de conciencia me abruma hasta que salgo a la calle a tomar el aire.
Han pasado unos días y ya me voy mentalizando de que el hecho de que sea un chico no significa que no vaya a estar unido con su madre. Dejaremos de un lado muñequitas y lacitos y sacaré mi vena más chicazo; al fin y al cabo se dice que todas tenemos nuestro lado masculino. Aprenderé a jugar al fútbol, a las canicas y las chapas (bueno, o al menos a eso se jugaba en mi época, que ahora vete tú a saber). No hay que agobiarse, que todavía me quedan cuatro meses para llegue mi chico al mundo.
En tu caso, ¿te sentiste defraudada cuando te confirmaron que el sexo de tu bebé no era el que esperabas?, ¿conocías este tipo de “pruebas” populares para saber si lo que viene es niño o niña?
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