La relación con otras personas además de su madre es importante para el desarrollo de todos los niños. Sin embargo, esta necesidad se hace más evidente en el caso de hijos de madres solas. Al no disponer de la otra figura parental, estos niños necesitan establecer vínculos y relaciones con otras figuras de su entorno que, en el caso de hijos de familias biparentales, suelen establecerse inicialmente con el padre.
En condiciones normales, todas las madres establecen un fuerte vínculo afectivo con sus recién nacidos. Tras el parto, el organismo de la madre queda preparado para conectarse física y mentalmente con su hijo y dar respuesta a las necesidades del pequeño.
El puerperio es la etapa que dura desde en nacimiento hasta que el niño es capaz de percibirse a sí mismo como un ser distinto de su madre (en torno a los 2 años). Durante el puerperio, las madres se “fusionan” con sus hijos, éstos experimentan a través de ellas, compartiendo su mundo emocional.
En el caso de las madres solas, esta “fusión” simbólica con el bebé es más amplia si cabe, pues el hecho de no compartir la crianza con una pareja hace que la relación madre-hijo sea más exclusiva que en las familias biparentales.
Cuando finaliza la etapa puerperal y el niño comienza a percibirse como un ser diferenciado de su madre, va a necesitar vincularse y relacionarse con otras personas además de ella. En las familias biparentales, la figura paterna es la que posibilita, de manera inmediata, esta relación fuera de la madre. Es en esta etapa cuando el vínculo padre-hijo se estrecha y solidifica en mayor medida.
Sin embargo, en las familias de madres solas, el niño no tiene otra figura parental con la que vincularse. Esto dificulta la separación (también simbólica) de la madre y el hijo y la apertura del niño hacia otras personas distintas de su madre.
Las relaciones con los demás
La madre debe ser consciente de que su hijo necesita relacionarse con otras personas además de ella para poder desarrollarse adecuadamente. Para ello es esencial que ella sea capaz de vincularse con otras personas además de su hijo.
Cuando el niño comienza a relacionarse con otras personas, la madre vuelve a tomar conciencia de sus propias necesidades y deseos, que hasta ese momento han permanecido en un segundo plano.
Se impone la necesidad de encontrar un nuevo equilibrio, basado en las nuevas necesidades del niño respecto de la madre y en las necesidades de la madre. Muchas veces, es en este momento cuando surge el deseo de tener otro hijo.
Además, la madre ha de enfrentarse a su soledad, intrínseca a toda persona, para poder permitir a su hijo relacionarse con otros.
Así, cuando finaliza el puerperio, la madre ha de establecer una nueva forma de vincularse con su hijo, permitiendo la entrada de otras personas a las vidas emocionales de ambos.
¿Qué sucede si no se abren a relacionarse con otras personas?
Si no se permite esta apertura a las relaciones con otras personas, la madre y el hijo permanecen referidos el uno al otro totalmente. Esto hace que la madre cubra todas sus necesidades afectivas a través de la relación con su hijo y hace al hijo responsable de cubrir dichas necesidades.
En estos casos, el niño se siente responsable del bienestar emocional de su madre, no se permite a sí mismo desarrollar su identidad personal propia a través de relaciones con otros porque percibe esto como una traición a la madre y permanece identificado con la madre, desarrollándose para ella en vez de por sí mismo.
Por ello es importante que la madre posea referentes emocionales distintos de sí misma que le posibiliten permitir la separación simbólica de su hijo y la apertura de éste a vincular y relacionarse con otras personas.