Hay para todos los gustos: desde la versión fundamentalista de la mayoría de los pediatras y suegras, por supuesto “pro teta”, hasta la más extrema y “egoísta(¿?)” mía “pro tetina”.
Recuerdo las maravillosas horas de cursillo de preparación al parto de mi hija Sarita, para las que me tenía que escapar de la oficina con cierto cargo de conciencia por las caras largas de mis compañeros (¡¡Ni que me fuera al cine!!). Y tras cruzarme la ciudad en plena hora punta, llegar al centro en el que se impartían las clases, acelerada por el estrés e intentando hacerme un huequecito con mi enorme culo (alguna ventaja tenía que tener esto de crecer a lo ancho) entre el aposentado auditorio de panzas y sus parejas.
Sí, reconozco cierto tufillo de envidia “no sana” en este último comentario: sigo teniendo complejo de “madre soltera” (con todo mi cariño y admiración hacia las mismas), ya que no he conseguido que mi chico me acompañe a todas estas apasionantes actividades más que en un par de ocasiones, y en el parto, claro. Ni visitas al ginecólogo, ni primera ecografía, ni ejercicios de respiración… Falta de psicología femenina, en fin, o tal vez mi propia culpa, ya que ante la pregunta: “¿Quieres que te acompañe? No sé si podré escaparme pero si quieres…”, yo siempre niego: “No, da igual…”. Pero en el fondo, si me mirara a los ojos vería que suplican “Sí, sí… no me dejes tirada como la paria del cursillo o de la consulta”. Bueno, a lo mejor le digo que lea el blog de hoy para ver si lo pilla definitivamente… (lo mío no son los mensajes directos).
Pero volvamos al asunto que nos ocupa tras el paréntesis de desahogo: el día que se abordó el tema de la alimentación del recién nacido, ni el pediatra ni las mamás llenas de experiencia que vinieron a soltarnos la charla lo plantearon como una elección. Qué va: el amamantar es “lo natural”, y lo mejor para el bebé ya que lo inmuniza de todo virus y crea un vínculo indisoluble madre-hijo. Sólo, pobre de ti, si estas “seca” o no tienes “buena leche” (yo la debo de tener horrible, al menos de la otra) puedes optar por darle el biberón.
No dudo de las ventajas de la naturaleza (también de tipo económico, para qué nos vamos a engañar), pero creo que nos estamos olvidando de la madre, de cómo se puede sentir después de estar más de 15 horas dilatando, de su agotamiento o sus dolores tras los puntos de una cesárea, de la necesidad de compartir con su pareja la llegada del nuevo ser, de la tranquilidad que te da el saber lo que ha comido realmente tu niño en cada una de las tomas…
Con todo esto, y en resumen, solo me gustaría pedir RESPETO. No quiero hacer apología ni de una ni de otra postura: Que nos dejen decidir sin presionar hacia uno u otro lado ya que ambas opciones tienen sus pros y sus contras.
En tu caso: ¿Has decidido ya cómo vas a criar a tu hijo o prefieres esperar a ver cómo te sientes después de dar a luz?
PD: Mi hija creció a base de biberones, con un percentil medio del 90 en talla y peso, sanísima gracias a Dios, y con un rollo un tanto “edípico” con su papá. ¿Será que le dio demasiados biberones? A lo mejor me lo pienso, y a su hermanito le doy el pecho.
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