Este fin de semana hemos vivido un “simulacro de vacaciones”: unos colegas de mi chico se acaban de comprar una preciosa casona de pueblo cerca de Segovia y, amablemente, nos invitaron a conocerla. El único detalle que ignoraban los pobres (matrimonio encantador y sin hijos) es que en el mismo lote de su viejo amigo iban la histérica de su mujer (pues tal era mi estado de nervios cuando llegamos), y dos pequeños terroristas capaces de destrozar todo lo que pillaran a su paso.
Después de hacer a toda prisa la maleta de los peques (pijamas, camisetas, chaquetas por si refresca, bañadores por si tuvieran piscina, manguitos, pañales…), la nuestra (una muda y va que chuta), preparar los purecitos de Álex (sí, por desgracia seguimos sin probar el sólido), yogures, cereales, biberones, la bici, el triciclo (ya que nos vamos…que desfoguen un poco)… Conseguimos encajarlo todo a eso de las 6 de la tarde. Los niños estaban bien atados en sus respectivas sillas, y no habíamos pasado del segundo semáforo cuando amenaza la retahíla de preguntas:
-Pero mami, ¿está muy lejos la casa de los amigos?
-Sí, mi amor.
-Pero, ¿cuánto de lejos?
-Nena, por lo menos hasta la hora de la cena.
-Pues mami yo ya tengo hambre.
-Hala bonita, toma un par de galletas.
-………. (4 benditos segundos de silencio).
-Mami tengo sed.
-……. (2 segundos).
-Mami, es que me aprieta el cinturón de la silla.
-…(1 milésima de segundo).
-Buuhaa, Buuuhaa… (gritos guturales de mi pequeño salvaje que parece que se empieza a aburrir con la charla de su hermanita).
“Huum, ¿querrá una galleta?”, me digo.
-Plaaf!!! (Al suelo).
“Vaya, vaya; parece que se está poniendo rojo del cabreo”.
Tras cinco minutos más de tanteo con preguntas absurdas a las que el niño responde lanzando aullidos, babas y mocos por su linda boca veo que el ambiente de tensión nos va contagiando a conductor y copiloto. Y así, hasta que gracias a Dios se me ocurre encender la radio y se disparan a todo volumen los primeros compases de la “Camisa negra”. A punto de gritar del susto no salgo de mi asombro cuando veo que el pequeño Álex pega un respingo y pasa del llanto furibundo a dar palmas y carcajadas al ritmo de Juanes.
Para hacéroslo más breve: hasta llegar a Segovia creo que escuchamos la “Camisa negra”, ¿unas 150 veces? Sinceramente, no sé si esto de las vacaciones me va a compensar, pero os aseguro que en el próximo viaje conduzco yo.
¿No habéis tenido la sensación de estar agotadas antes de subir al coche? ¿Sabéis de algún método para calmar a los niños sin necesidad de recurrir a las drogas?
Temas relacionados en Elbebe.com sobre viajar con niños en el coche:
Participa en las encuestas de Elbebe.com:
Opina sobre este artículo y consulta los comentarios