Los bebés, una vez que inician la introducción a la alimentación sólida, pueden empezar a tomar papilla de frutas, aproximadamente a partir del quinto mes, sin olvidarse de acompañarla con un poco de leche materna o biberón. Los niños también pueden tomar fruta de diversas formas: a pequeños mordiscos, en papilla, compota o zumo. La fruta aporta, sobre todo, hidratos de carbono (azúcares), vitaminas, minerales y fibra.
Aunque la mayor parte de la composición de la fruta es agua (entre un 75 y un 90%), aporta interesantes cantidades de fibra vegetal insoluble, minerales y vitaminas.
Su contenido en azúcares es variable (entre el 4 y el 20%), por eso unas frutas son más dulces que otras, unas «engordan» más que otras.
Los cítricos tienen mucho calcio y vitamina C. También hay vitamina C en las fresas y kiwis. Encontraremos vitamina A en las frutas de color rojo y amarillo. Las frutas desecadas (orejones, pasas, ciruelas…) contienen mucho potasio. Las ciruelas, higos, fresas y dátiles aportan hierro.
Los niños pueden tomar fruta de diversos modos:
- En papilla: uno o varios tipos de frutas, pelados y triturados.
- En compota: uno o varios tipos de fruta cocidos, con o sin azúcar, triturado o no.
- En trocitos (a esta edad lo tomarán con los dedos).
- A mordiscos.
- En zumo, aunque de esta forma no se aprovecha la fibra.
Los zumos comerciales NO son una buena alternativa en la dieta porque:
- Durante su elaboración, se pierde la fibra vegetal y la mayor parte de las vitaminas.
- Aunque no tengan azúcar añadido (muchos la tienen), son bebidas muy dulces. Si el niño o niña los toman en exceso es probable que aparezcan problemas como: caries, inapetencia, obesidad o diarrea.
Los frutos secos son una interesante fuente alimenticia, pero no deben ofrecerse a los niños menores de 4 años por el riesgo de que se atraganten al masticarlos. Las consecuencias de que un pedacito de almendra o una cáscara de pipa se aloje en los bronquios del niño pueden ser fatales.