Una de las preocupaciones típicas de las madres cuando tenemos un bebé es que no tenga frío. Y la medida que usamos para decidir el frío que siente nuestro bebé, suele ser el que nosotras mismas sentimos.
Y… les abrigamos en exceso. ¿Cuántos bebés habéis visto sofocados y sonrojados por el exceso de ropa?
Para saber si un bebé recién nacido está adecuadamente abrigado, no basta con tocar sus manos o pies.
La mayoría de los bebés suele tener las manos y los pies fríos, puesto que su circulación sanguínea todavía no está plenamente desarrollada.
Esto no significa necesariamente que el bebé tenga frío.
La mejor manera de averiguar si necesita más abrigo es tocándole las piernas, los brazos o el cuello.
La pérdida de color en las mejillas también puede indicar que el bebé está pasando frío.
Contrariamente a lo que se cree, no se debe abrigar en exceso a los bebés, pues su cuerpo puede perder la capacidad de adaptación a los cambios de temperatura y resfriarse con mayor facilidad.
En lugar de una sola prenda de mucho abrigo, conviene vestirle con varias prendas de menor grosor.
Entre ellas se formarán capas aislantes y el bebé se sentirá más arropado.
De este modo, si la temperatura sube, se le podrá quitar una de las prendas sin tener que cambiarle toda la ropa.
Cuando hace calor, es preferible vestir al bebé con prendas de algodón que compensan las variaciones de temperatura. Una ranita de manga corta resulta suficiente.
El exceso de calor puede hacer que el bebé tenga la cabeza sudorosa o que se le note apático y abatido.
En ese caso, conviene llevarle a una habitación fresca, quitarle la ropa, darle aire con un abanico y hacerle tomar mucho líquido.
Si, aun así, no reacciona, es imprescindible consultar con el pediatra antes de tomar cualquier otra medida.