Hace poco leía un extenso e interesante artículo sobre el derecho de las mujeres “a parir como queramos, más allá de la asistencia uniforme, impersonal y medicalizada de los hospitales”. Aquí se recogían los testimonios de muchas mujeres que tras una experiencia más o menos traumática de parto tradicional (con su enema, su rasurado, su oxitocina, su episiotomía…vamos, el “pack completo”), habían optado por otras alternativas para alumbrar a sus segundas criaturas. Desde una silla para parir en cuclillas, hasta las que decidían un parto más íntimo y humano en su casa ayudadas por una matrona (aunque parezca mentira, “en España, hace poco más de medio siglo, solo parían en el hospital las pobres de solemnidad”. Vamos, que las pudientes pagaban un tocólogo que las atendiera a domicilio).
Parece que esta última opción se ha ido extendiendo en Holanda, pero también se describían otras posibilidades dentro de las técnicas naturales como, por ejemplo, dar a luz en el agua. Para ello, relataban cómo algunas mujeres (entre ellas, varias conocidas actrices de nuestro cine) llegaron a peregrinar hasta una conocida clínica de Alicante en sus últimos días de gestación. En fin, que el abanico de posibilidades se ha ido extendiendo gracias a Dios.
En mi caso, he de confesar que mi consustancial hipocondría, además de una masoquista tendencia a ver el “vaso medio vacío” no me dejaron mucho lugar a duda a la hora de elegir cómo quería tener a mis hijos. Cuantas más medicinas me pusieran en el gotero, y menos información me dieran, mejor. Sin embargo, ha habido veces (pocas, lo confieso) en que este carácter paranoico me ha ayudado en la vida. Es el caso de mi último parto.
Me levanté tan feliz, a primera hora, para dirigirme con mi chico al hospital (en este caso, privado) en el que me iban a provocar el parto. Total, no era una experiencia desconocida (a Sarita la había tenido ahí mismo), y decían que los segundos salen a todo meter. ¡Ja, ja, ja!… Sospeché que a lo mejor no iba a ser todo tan perfecto, cuando al ir a buscar el coche en el sitio que lo habíamos dejado la tarde anterior encontramos un hueco vacío. En resumen, carga y descarga, y grúa que se lo llevó. Aunque no tenía ni una contracción empecé a hacer las respiraciones de los cursillos de preparación al parto para no degollar a marido en aquel preciso instante. Pronto conseguimos un taxi, pero yo ya tenía la mala leche y los nervios metidos en el cuerpo.
Este mal comienzo parece que se palió cuando la comadrona me reconoció tras el protocolario enema y dijo: “-Huy maja, si ya tienes tres de dilatación. Te pongo el monitor y la oxitocina flojita, y me voy a avisar al anestesista”. “-Bien, bien,bien!!!”, parir sin dolor. Ese era mi sueño, y no en vano había leído en una revista que en un 3% de las mujeres esto es posible. Nunca me había tocado la lotería, así que ¿por qué no podía ser afortunada en esto?
Entonces llegó la temida frase, “Hala, bonita. Quédate tranquilita que luego paso a verte. Solo estate pendiente de que el ritmo del monitor vaya constante, porque de este modo sabremos que el corazón del niño va bien” . Oye, pues pasaron cinco minutos y aquel “tu-tum,tu-tum,tu-tum…” que en principio era regular pasó a tener unas caídas monumentales cada vez que sentía una contracción. No es que viera el vaso medio vacío, es que lo vi más seco que el Manzanares. Era tal mi susto que vinieron ginecólogo y comadrona, para determinar tras un tiempo prudencial que lo mejor era la cesárea ante un posible sufrimiento del feto. (Todo fue de maravilla, pero eso es otro capítulo que ya os contaré el próximo día). ¡Bendito hospital, y bendito quirófano!
Con esto quiero decir que aunque la mayoría de los partos suelen transcurrir sin complicaciones, en un pequeño porcentaje sí que pueden surgir, como fue mi caso; y no quiero ni pensar el grado de angustia si toda esta situación me pilla dando a luz en mi casa, teniendo que coger el coche o llamando a una ambulancia para ir corriendo al sanatorio.
En resumen, y para no extenderme más, pienso que como se decía en este artículo, lo mejor sería que las mujeres pudiéramos elegir cómo traer al mundo a nuestros niños, dotando a los hospitales de unidades de parto natural, pero sin tener que renunciar a la técnica, a la epidural y al quirófano en los casos que haga falta.
¿Te has planteado alguna de estas formas alternativas de dar a luz? ¿Te ha informado tu ginecólogo de la forma en la que se va a desarrollar tu parto si se produce de forma natural?
Opina sobre este artículo y consulta los comentarios.